Stanley es llevar demasiado tiempo por tu cuenta. Estar acostumbrado al encanto de levantarse a la hora que quieres, pasar la mañana sentado en la puerta de tu granja y luego abrir una bolsa de patatas para comer. Llega un momento en el que te sientes cómodo en tu propia comodidad, en el que las únicas espectativas que tienes son tus espectativas y cualquier voz que te intente hacer cambiar te entra por una oreja y te sale por la otra.
Jake quiere ser el buen hijo que espera su padre, Eric se exige ser el buen esposo que se supone debe ser… ¿y Stanley? Stanley sólo quiere ser Stanley. Mientras otros se obsesionan en convertirse en el molde que alguien dibujó una vez para ellos y así conseguir el reconocimiento de aquellos a los que quieren, a Stanley le basta con su propio reconocimiento. Porque él no se mira a través de los ojos de los demás, si no de los suyos propios.
No está dispuesto a sacrificar nada de lo que es porque sabe que la única relación que vale la pena es aquella que no le impone una imagen a la que aspirar. Lleva tanto tiempo sin rendir cuentas a nadie que las exigencias se le hacen extrañas. Por eso, mientras los demás parecen obsesionados en llegar a ser algo, él conserva la tranquilidad del que se siente libre. Stanley es la apacible sensación de poder hacer lo que quieres como quieres, darte como prioridad ser tu mismo sin tener presente lo que se espera de ti.
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