viernes, 5 de diciembre de 2014

SI ME NECESITAS, SILBA por David Trueba


Tengo un amigo que dice que vivimos en tiempos de oídos muy sensibles, en los que no somos capaces de escuchar idioteces sin sentirnos indignados en lugar de aceptar con naturalidad que alguien ha dicho una insensatez. En lo que afecta al sexismo y al racismo, si alguien dice una inconveniencia y trabaja para una marca que teme el castigo comercial, se despide al tipo y a otra cosa. Si el estúpido comentario proviene de la boca de un político, es diferente. Ahí tenemos el ejemplo del alcalde de Valladolid, que volvió a rebasar la línea al decir que temía que las mujeres fingieran violaciones cuando comparte con ellas un ascensor. Si en vez de alcalde hubiera sido empleado de Coca-Cola, lo ponen de patitas en la calle.

Cualquier polémica que nace de unas declaraciones fuera de tono debería tener un valor mucho menos trascendente que las acciones. Hacer algo dañino para las mujeres o los inmigrantes, las minorías o los minusválidos debería estar más castigado que decir algo. Es peor quitarles la tarjeta sanitaria que decir algo grosero contra los inmigrantes. Pero las acciones siempre andan disimuladas y no tienen tanta visibilidad como una frase grabada a micro abierto. Pero vayamos a dos ejemplos muy distintos que amplían los márgenes de la polémica. Durante el Mundial de baloncesto fue despedido el animador de cancha por un comentario. Al parecer, cuando las chicas del conjunto de animadoras terminaron de bailar un tema de Enrique Iglesias que repite machaconamente la frase "yo quiero tener contigo una noche loca", el animador peruano exclamó por la megafonía que a cualquiera le gustaría pasar la noche con una de ellas. A todo el mundo el comentario le pareció sexista, tanto es así, que el vocero perdió el trabajo. No lo perdió Enrique Iglesias ni tampoco el que inventó la institución de las 'cheerleaders', pese a que alguien podría alegar que existen pocas canciones que no insistan sobre el deseo de fornicar con alguien atractivo y tampoco se conocen muchas agrupaciones de animadores masculinos.

A la muerte de la maravillosa Lauren Bacall leí en alguna crónica que había pasado a la historia por una frase que le dirigía a Bogart en 'Tener y no tener': "Si me necesitas, silba". Pero el redactor no se ahorraba añadir que hoy en día esa línea habría sido considerada sexista y no habría podido pronunciarse en una película. ¿De verdad? Resulta chocante una inquisición tan notable sobre el pasado y el presente. Las películas retratan la vida privada de los personajes, y en esa esfera pueden comportarse como convenga en aras de la credibilidad, el drama, la pasión o el argumento, incluso para expresar con claridad el mensaje que se quiere transmitir, si alguien es aficionado a mandar mensajes por medio del arte. Solo falta que el actor o el director tengan que disculparse por los comentarios del personaje. Imaginen a Coppola teniendo que aclarar que los asesinatos de 'El padrino' no expresan su actitud vital ni la de Al Pacino. ¿Somos imbéciles? ¿Caminamos acaso hacia la sobreprotección de la esfera pública? ¿Vamos a tolerar que se creen dos dimensiones paralelas entre lo real y lo correcto? Lo maravilloso de que alguien diga una idiotez es que nos posibilita identificarlo como un idiota. Debemos agradecer que los imbéciles se expresen como imbéciles para poderlos desenmascarar más rápido. Pero no contaminar con una protección excesiva la vida real, porque nos llevará a prohibir canciones, frases, títulos de libros. Y habremos creado una sociedad monstruosa creyendo que nos hacíamos un favor.

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