Resulta inquietante pensar en la existencia de un doble, de una identidad paralela o álter ego que compartiera nuestros rasgos físicos o psíquicos, que fuera capaz incluso de usurpar nuestra personalidad. El planteamiento, sin embargo, no sería cuestionarnos si realmente tenemos un doble en alguna parte, sino quizás lo que encierra la idea en sí.
La posibilidad de la cohabitación, de la existencia de “otro yo”, apenas tiene cabida en una sociedad eminentemente individualista como la actual. El concepto de sujeto, como ente único e irrepetible, está marcado a fuego en la conciencia colectiva occidental.
Todos hemos especulado alguna vez con la posibilidad de que en algún lugar del mundo exista o haya existido alguien idéntico a nosotros. En este sentido, los innumerables conceptos que hacen referencia al asunto no son sino formas de aludir a un fenómeno de amplio espectro que resultaría difícilmente aprehensible bajo un denominador común.
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