Hasta ahora solíamos pensar que era el simple efecto de un exceso de absorción de agua por parte de la piel. Sin embargo Mark Changizi, un neurobiólogo evolutivo de los laboratorios 2AI de Idaho (Estados Unidos), ha captado la atención de la comunidad científica al postular que en realidad se trata de un ingenioso mecanismo corporal de defensa desarrollado por nuestros ancestros para poder agarrarse mejor a superficies húmedas. En un artículo publicado en la revista Brain, Behavior and Evolution, Changizi explica que las arrugas en la yema de los dedos crean canales que permiten que el agua se drene mientras presionamos nuestros dedos contra una superficie mojada, a la vez que aumenta la superficie de contacto, permitiendo movimientos más ágiles y seguros.
De hecho, revisando estudios que datan de la década de 1930 Changizi comprobó que individuos con daños en los nervios de los dedos no experimentan este fenómeno de los dedos rugosos tras humedecerlos. Esto indica que la respuesta depende del sistema nervioso. Además, se ha comprobado que otros primates, en concreto los monos macacos, también responde así cuando pasa mucho tiempo con las manos mojadas. Ahora Changizi se propone estudiar si a otros mamíferos que viven en ambientes húmedos se les arrugan los dedos.
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