Tengo un amigo que dice que vivimos en tiempos de oídos muy sensibles, en los que no somos capaces de escuchar idioteces sin sentirnos indignados en lugar de aceptar con naturalidad que alguien ha dicho una insensatez. En lo que afecta al sexismo y al racismo, si alguien dice una inconveniencia y trabaja para una marca que teme el castigo comercial, se despide al tipo y a otra cosa. Si el estúpido comentario proviene de la boca de un político, es diferente. Ahí tenemos el ejemplo del alcalde de Valladolid, que volvió a rebasar la línea al decir que temía que las mujeres fingieran violaciones cuando comparte con ellas un ascensor. Si en vez de alcalde hubiera sido empleado de Coca-Cola, lo ponen de patitas en la calle.
Cualquier polémica que nace de unas declaraciones fuera de tono debería tener un valor mucho menos trascendente que las acciones. Hacer algo dañino para las mujeres o los inmigrantes, las minorías o los

A la muerte de la maravillosa Lauren Bacall leí en alguna crónica que había pasado a la historia por una frase que le dirigía a Bogart en 'Tener y no tener': "Si me necesitas, silba". Pero el redactor no se ahorraba añadir que hoy en día esa línea habría sido considerada sexista y no habría podido pronunciarse en una película. ¿De verdad? Resulta chocante una inquisición tan notable sobre el pasado y el presente. Las películas retratan la vida privada de los personajes, y en esa esfera pueden comportarse como convenga en aras de la credibilidad, el drama, la pasión o el argumento, incluso para expresar con claridad el mensaje que se quiere transmitir, si alguien es aficionado a mandar mensajes por medio del arte. Solo falta que el actor o el director tengan que disculparse por los comentarios del personaje. Imaginen a Coppola teniendo que aclarar que los asesinatos de 'El padrino' no expresan su actitud vital ni la de Al Pacino. ¿Somos imbéciles? ¿Caminamos acaso hacia la sobreprotección de la esfera pública? ¿Vamos a tolerar que se creen dos dimensiones paralelas entre lo real y lo correcto? Lo maravilloso de que alguien diga una idiotez es que nos posibilita identificarlo como un idiota. Debemos agradecer que los imbéciles se expresen como imbéciles para poderlos desenmascarar más rápido. Pero no contaminar con una protección excesiva la vida real, porque nos llevará a prohibir canciones, frases, títulos de libros. Y habremos creado una sociedad monstruosa creyendo que nos hacíamos un favor.
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