Hace poco vi por la calle un anuncio de la Iglesia de la Cienciología. En tiempo de crisis económica, las iglesias, que son empresas que comercian con la ilusión, se apoyan en el ejercicio publicitario para aumentar su número de fieles. Los mecanismos de propaganda se aplican también a actividades espirituales, es aceptable. Lo que me llamó la atención es la frase que la Cienciología, como habría hecho cualquier otra, escogió de reclamo: Atrévete a pensar por ti mismo. Es obvio que lo que trata de captar es a un cliente con alta autoestima, que prefiere salirse del rebaño y optar por una religión menos al uso, aunque ya muy consolidada gracias a actores de fama mundial. También, de una manera muy sutil, pretende sacudirse las críticas y sospechas que despierta su agrupación, prohibida en algunos países europeos. Pero no se trata de analizar la publicidad de nadie, solo faltaría, sino de reparar en esa frase tan sugerente.
"Atrévete a pensar por ti mismo" es algo que oímos repetidamente. No es raro el día en que alguien nos lleva la contraria y, para justificar su opinión, se atreve a asegurarnos algo parecido: es que yo pienso por mí mismo. Como si nosotros nos limitáramos a seguir consignas que otros nos han dado. Es muy habitual también en los articulistas, que suelen tratar de ganarse a los lectores ofreciéndoles un rincón de pensamiento propio, crítico, al margen de modas y opiniones mayoritarias. Con la explosión de internet, la idea de pensamiento propio se ha ejecutado de una manera casi masiva. Entras en cualquier debate chateado y lo que encuentras es a un montón de gente que presume de que piensa por sí misma, llama borregos a los demás y considera cualquier idea distinta de la suya fruto de la manipulación burda de los medios de comunicación, los partidos políticos o, sencillamente, la incultura ajena. Vamos, que ahora mismo no queda nadie ahí fuera que no esté convencido de que él piensa por sí mismo y los demás no.
La publicidad está basada en el elogio al consumidor. Tú no eres tonto y por eso me vas a elegir a mí. Este podría ser un subtexto habitual. Pero esta invitación a pensar por uno mismo comienza a ser un tópico sobreutilizado. En realidad, la gran campaña que tenemos pendiente es la de recuperar el valor de apreciar el pensamiento de los demás. No me parece muy digno de inteligencia presumir de que piensas por ti mismo cuando en ese asunto, por ejemplo, han pensado antes que tú tipos como Einstein, Bertrand Russell, Jeremy Bentham, Wittgenstein o Woody Allen. Lo inteligente en esas disquisiciones es admirar lo que pensaron ellos y tratar de entenderlo y asumirlo como propio. El pensar por uno mismo no siempre es tan encomiable. Al menos nunca deberías olvidar que tú puedes ser un ignorante, un imbécil o, sencillamente, un ser cargado de prejuicios y supersticiones. Así que la campaña pendiente, por más que insistan, no consiste en empujar a la gente a pensar por sí misma, así alegremente, como si la inteligencia se regalara en los mercadillos, sino a investigar sobre quienes pensaron a fondo en asuntos que le preocupan. La frase publicitaria tendría que sonar así: “Atrévete a pensar”.
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