El descanso francés, como podríamos llamar a esa obligación de desconexión de 11 horas, puede ser el primer reconocimiento legislativo de un problema mundial. Nadie duda de que el teléfono inteligente es un avance tecnológico sin igual que ha transformado la sociedad. Condiciona la vida, la moda, el consumo y hasta la forma de caminar y comportarse. No hay apenas nadie que no acarree un móvil en su vida diaria. Pero es también innegable que el aparato es un arma maravillosa de dominación y control. Entre las pocas personas que conozco que no tienen aún teléfono móvil, aunque suelen utilizar el de los de alrededor, como aquellos fumadores que dejan de comprar tabaco y sobreviven con la caridad ajena, siempre hay un argumento que resulta muy convincente. El móvil es un instrumento de libertad para ser jefe, pero un elemento de sumisión y esclavitud para los empleados. Localizados, controlados y asediados por su actividad profesional, lo que la hiperconexión ha tenido de comodidad también lo ha tenido de exposición laboral.Grillete para mucho empleado, que se ve atenazado por su jefe o por su empresa durante todas las horas del día a golpe de llamada, mensaje o mail que requiere respuesta inmediata, va siendo tiempo de plantearse en serio una legislación adecuada. Los franceses han colocado la primera piedra, como han hecho otras veces, para desesperación de los apóstoles de la explotación humana, pero tiene que ser el propio afectado quien se dé cuenta del grado de exposición y esclavitud que le genera una conexión permanente. Analfabetos en un mundo que nos supera, seres medievales en pleno futuro, hemos caído en la tentación del abuso, abrazados a la cara amable del producto. Pero aún somos ingenuos para responder al desafío que implica recuperar la libertad, el anonimato, la desconexión y el placer de dejar de existir durante unas horas al día para esa cosa llamada sociedad y que suele querer decir "el jefe".
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