El pasado 4 de julio los científicos del Centro Europeo de Física de Partículas de Ginebra hacían historia. Anunciaban la existencia de una partícula nueva, cuyas propiedades podrían corresponder al bosón de Higgs. Durante décadas ha sido la partícula más esquiva pero también la más buscada. El bosón de Higgs ayuda a entender la estructura de la materia, explica por qué existe la masa y por qué los planetas, las estrellas y nosotros mismos somos posibles.
Era la única pieza del "modelo estándar" que no había sido descubierta. Sin ella el universo sería un lugar diferente. Este hallazgo ha sido posible gracias a los trabajos del LHC, el mayor acelerador de partículas del mundo, un coloso tecnológico de 27 kilómetros de diámetro, enterrado bajo la frontera franco-suiza.
En esta "catedral de la ciencia" se ha espiado la materia para buscar la pieza que les hacía falta para comprender cuál es nuestro origen, de qué estamos hechos. Se ha convertido en una máquina del tiempo para viajar al corazón de la materia, para reproducir los instantes próximos al big-bang.
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