Verona se ha convertido en un paraíso ocioso-turístico de gran magnitud que intenta incorporar a su galería de reclamos el que une el corazón de gran parte de los veroneses, el Hellas Verona.
En 1985, nada pudo obstaculizar el Scudetto más imprevisible y peculiar de la historia. Como si de una lucha contra sus propias obras de arte se tratara, el fútbol veronés se abrió paso entre auténticos maestros del momento. La Serie A gozaba de pintores míticos en escuelas poderosas como Platini-Rossi (Juventus), Rummenigge-Altobelli (Inter), Conti-Falcao (Roma), de escultores magníficos como Baresi (Milan), Sócrates-Passarella (Fiorentina), Zico (Udinese) y, desde luego, la gran estrella de la época, Maradona (recién fichado por el Nápoles). Sin embargo, la humildad de un equipo que estaba buscando su lugar en el primer nivel, que aún se reforzaba a última hora de mercado y que tan sólo llevaba dos años en la élite, iba a desmontar mitos para dibujar su propia obra, el Hellas Verona y el Scudetto 85.
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