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lunes, 7 de enero de 2013

CON EL MÓVIL POR SOMBRERO por David Trueba

Cada vez que alguien me viene con la cantinela de que sociedad actual está uniformada por el consumo, que ha logrado que todos vistamos igual, seamos clones unos de otros y nos comportemos como esclavos de las modas y las constumbres, les muestro una foto maravillosa de Josep Branguli, ese prodigioso fotógrafo de principios de siglo pasado. La fotos en cuestión muestra la multitudinaria asistencia a una asamblea en la Plaza de Sant Jaume en 1911. Allí se ve una aglomeración ingente de personas que llevan puesto el mismo sombrero al estilo canotier, con la misma inclinación y el mismo porte. Todos idénticos. Resulta tan uniforme que parece casi una fotografía coreográfica. Que gran ojo el del maestro Branguli. Ese sombrero, que pusieron de moda entre Maurice Chevalier y Coco Chanel en los alrededores de la I Guerra Mundial, tuvo que ser muy popular.

Hoy seguimos funcionando de manera parecida. Puede que los mecanismos sean más perversos o más apabullantes. Puede que haya muchos mediso de comunicación y muchas campañas promocionales, pero casi todas acaban en las manos de Google y las dos o tres reinas de este mercado virtual. Cuando ha comenzado el lanzamiento del nuevo iPhone de Apple hemos vuelto a comprobar la fuerza promocional de esta empresa, incluso después de la muerte de su profeta Steve Jobs. Páginas enteras de periódicos y minutos valiosos de televisión dedicados a cómo es, cómo será, funciones y ventajas de la nueva terminal, en un proceso de bombardeo sobre el consumidor ya habitual en estos productos. Supongo que para un fotógrafo de hoy sería algo más difícil lograr esa foto con todos lo ciudadanos en la plaza más importante de la ciudad, con el teléfono móvil levantado en el aire. Pero somos los mismos aquí abajo, eh, con la misma necesidad de pertenecer, de compartir, de ser parte del progreso, la moda, el consumo, llámenlo como quieran. Hasta los que se escapan o escapamos del rebaño somos idénticos a los que creían escapar también del rebaño hace cien años.

El móvil se ha convertido en nuestro instrumento necesario, ya suficientemente glosado. Por complicados que sea llevarlo, por incómodo e insalubre que sea tenerlo siempre a tu lado, dicen que es lo primero que miramos por la mañana y lo últimos por la noche. No es mi caso( el mío tampoco). y supongo que habrá muchos que consideren fundamental ese sentimiento de desnudez que es meterse en la cama con el móvil bien lejos del cuarto. Pero hay algo entre el canotier y el móvil que resulta entrañable. Y son los usos inhabituales, aquellos para los que no fueron creados. El sombrerito y el móvil servían al cortejo, a la seducción, a la vanidad y a establecer un contacto con desconocidos o intimar con quien aún tan sólo tienes una relación superficial. El lenguaje de signos era constante. También para lo contrario. Dicen que el sombrero canotier se usaba como pantalla, se inclinaba para cubrirse cuando topabas en la calle con alguien a quien te importunaba ver. También el móvil sirve para fingir que hablas y liberarte de quien te asalta, para alejarte del grupo o esquivar un encuentro indeseado. Es a veces como el letrero de ocupado en las habitaciones de los hoteles colgando de tu oreja. Ah, el ser humano, qué elemento tan repetido, pero tan fascinante.

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