Imagina que eres uno de los magos más poderosos del mundo y de un día para otro te condenan a vivir en el cuerpo de un gato. Todos tus poderes y ambiciones reducidas a estar tirado en un cojín y mirar por la ventana, toda tu magia limitada a escupir bolas de pelo y mover la cola con sutil elegancia. Y encima, tienes que cuidar de una adolescente caprichosa y sin personalidad alguna. Esta, amigos, es la condena de Salem, el gato de Sabrina.
Con sus proyectos para conquistar el mundo reducidos a algún maullido y pocos ronroneos, Salem tiene que conformarse ahora con una vida aburrida y tediosa. Una hora muerta tras otra que ha afilado su lengua hasta extremos increíbles. Salem ha descubierto una vía de escape en forma de comentarios que dispara en el momento más oportuno con la precisión de un reloj suizo.
Si te pilla la lluvia a medio camino hacia casa, cuando llegas te suelta: “Ya te dije que tenías que llevar paraguas”. Si tu piso estalla en llamas y tú y el gato salís volando, dirá: “Ya te dije que no lo tenías que flambear con dos botellas de ron”. Y lo va a decir con parsimonia, con esa voz lenta y calmada, ese tono de persona que sabe más que tú y te lo recuerda. Y además, tiene la virtud de tirártelo en cara a posteriori, cuando ya no se le puede hacer nada.
Es como si te echara un jarro de agua fría por el cogote mientras se ríe por debajo de la nariz. Así de odioso es. Cada vez que te encuentres a alguien parecido, recuerda que Salem no es el único brujo encerrado en un cuerpo que no es el suyo. Los hay a montones, y están todos igual de amargados.
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