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martes, 13 de agosto de 2013

APRENDER A DIVIDIR por David Trueba

Tengo un amigo que sostiene que toda nuestra vida se va al carajo el día en que en el colegio nos enseñan a dividir. Quizá es un poco exagerado, pero así suelen ser las teorías de los amigos, soltadas al calor de la impunidad y los cómplices. Para él, nuestro paraíso de bondad y fe en los que nos rodean se viene abajo cuando descubrimos la fórmula de la división. A partir de entonces nos dedicamos a encontrar lo que nos distingue de los demás, compartimentamos nuestros gustos, nuestro mundo, y encontramos que ya no queremos pertenecer, sino aislarnos en el sector que nos conviene. La parte interesante del disparate que sostiene mi amigo con firmeza es la que señala la necesidad humana de encontrar divisiones permanentes. En un país como España, aunque en esto creo que no hay país que se resista a la tentación, partimos de divisiones fundamentales para ir encerrándonos en subdivisiones más pequeñas hasta lo diminuto.

El concepto de las dos Españas tiene algo de eso, de la necesidad de dividir el conjunto por la mitad. Encontramos constantemente lo que nos aleja y nunca lo que nos une, que seguramente es más fuerte y más duradero. No se trata de tener una visión pía de nuestro entorno, pero sí de resistirnos en alguna medida a la necesidad del enfrentamiento. Luego está el vínculo regional y no digamos la pasión deportiva. Al final, el mundo se divide entre los que son de tu equipo y los que no lo son, en una euforia colectiva por arrimarse a alguna fe. Y así, la división continúa entre los que creen en Dios y los que han superado tales ideas, pero prosigue entre los aficionados a los toros y los que no lo son, los que comen carne y los que no, los que saben silbar y los que odian que alguien lo haga, y quienes son más de madrugar frente a los que prefieren trasnochar.

Así la vida y las ciudades se van convirtiendo en exactas divisiones que nos parten por la mitad. También el mundo virtual, donde ya es habitual que te pregunten ¿tienes facebook?, ¿usas Twitter?, como una manera de plantear una división brutal entre nuestros modos de vida. Analógicos y digitales son los apocalípticos e integrados de otros tiempos. Y la subdivisión prosigue con nuestros tics y nuestras fobias. Para mí, por ejemplo, el mundo se divide entre la gente que hace el gesto de poner algo “entre comillas” con los dedos de la mano y los que sienten una repulsión inmediata ante esa manía. Pero no es raro que aceptemos que hay dos mundos entre quienes gustan de leer y quienes no, quienes compran un periódico u otro, quienes siguen programas de telerrealidad y quienes detestan ese género. Y así correlativamente hasta que el mundo se acaba en uno mismo, que es el mínimo común divisor de todo planteamiento vital. Dividimos convencidos así de vencer. La idea de compartir nos suena a derrota o al menos a concesión. Puede que de esta forma tenga razón mi amigo y acabemos por abocarnos a la soledad y el aislamiento desde el día mismo en que aprendimos a dividir.

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